domingo, 23 de diciembre de 2007

EXTRACTO 22: STEPHEN KING, ERNST HEMINGWAY Y RAY BRADBURY ME HABLAN SOBRE GRITOS EN EL PASILLO


Hablaremos ahora de libros. Le comentaba a mi querida Ariadna que últimamente tengo la sensación de que los libros que leo describen las circunstancias por las que está pasando mi vida y la de los amigos que trabajan, hombro con hombro, junto a mí.


Todo empezó con la hermosa (aunque fatigosa e interminable) lectura de “IT”, de Stephen King.
Cierto día, allá por la página mil y algo, me di cuenta de que “IT” cuenta la misma historia que nos está sucediendo a nosotros: Un grupo de niños que hace algo importante en su pueblecito natal.
Luego, cada uno crece y se va por su lado... pero años después, cuando ya son adultos, cuando han cambiado tanto que ya ni se reconocen los unos a los otros, tienen que regresar al pueblo natal, unirse de nuevo y volver a hacer aquello que hicieron en su día, cuando eran aún tiernos infantes...
Y descubren que para hacerlo tienen que volver a descubrir lo que significaba ser niños.


En nuestro caso, lo que hacían los niñatos en su pueblo natal era cortometrajes. Fue la época de
Lulú, del Intruso, de los Burgaos Asesinos... Cortometrajes cutres pero que siempre han tenido más éxito, más encanto y más poder para provocar carcajadas que los productos “adultos” y elaborados que los han seguido. Así que aquí estamos con nuestra peli, tratando de hacer d enuevo un “Su nombre era Lulú” de grandes dimensiones, e intentando de una manera casi subconsciente retornar a la niñez, viendo pelis de los años 80, recordando las canciones de Alaska y los electroduendes, buscando a los aurones, asomándonos por las ventanas de la aldea del Arce, gritando de exquisito horror al recordar a Turbotín: aquél adolescente que se convertía en ferrari rojo cuando se mojaba...


Cuando “IT” estaba ya a punto de terminarse, paseé por Las Palmas buscando entre los laberintos de las librerías algún postre que me quitase el atracón del suculento tocho de King.


Llevaba en mi mochila “El viejo y el mar”, de Ernst Hemingway, pero no me apetecía leerlo. El cuerpo me pedía algo de Bradbury.


Estuve en la librería Altair.
Encontré allí un regalo para mi querida Ariadna, pero nada para mí. Yo seguía resuelto a seguir buscando un pedazo de Bradbury para el avión de regreso, y entonces, mientras pagaba el regalo de mi princesa, una dependienta a mi derecha le preguntaba a otro señor el nombre del autor que estaba buscando. Y el señor respondió:


- Ernst.


Escucharlo y pensar en Hemingway fue todo uno, aunque en ese momento no me paré a pensar en la relevancia trascendental de esa revelación.


Fue minutos más tarde, ya paseando fuera de la librería, cuando caí en la cuenta de que aquello era una posible señal. Me dio la impresión de que el Destino me dijo a través de la boca inocente de aquél comprador: No es el momento de Bradbury. Ahora te tienes que leer al ERNST
Hemingway que tienes en la mochila.


E iba yo pensando en eso cuando, de repente, mi vista repara en el cartel que hay encima de la puerta de una de las tiendas de Triana. En ese cartel, en medio de otras dos palabras, estaba escrito un ERNST como la copa de un pino.


Parecía puesto allí a propósito. El tipo que lo colgase hace años o décadas no tenía ni idea de que era un simple peón en las jugadas del Destino, colocando cinco letras mágicas que se convertirían en una señal significativa para mí y para otros mil peones quizá.


Seguía sin apetecerme empezar la novela de Hemingway, pero después de lo sucedido sólo podía ignorar a medias los gritos del Destino.


Pero el Destino no se conformaba con la mitad de mi atención, así que de repente, un par de minutos después, doble una esquina y me encontré con otra tienda. Y en esa tienda, sobre la puerta, había una cartel más grande que el anterior.
Y ese segundo cartel decía:


ERNEST.


Ernest Hemingway... Como lo conocen aquellos que se empeñan en españolizar los nombres extranjeros.


Acabé comprándome en Moebius “Cementerio para lunáticos”, de Ray Bradbury, pero tenía ya clarísimo que no me empezaría el libro de Bradbury hasta haber devorado primero “El viejo y el mar”.


Nunca me ha gustado la forma de escribir de Hemingway, pero he de reconocer que la historia del viejo y el mar es preciosa.


Y si con Stephen King vi reflejado en la historia el momento presente, mientras leía “El viejo y el mar” tuve la sensación de que el relato de Hemmingway hablaba del futuro de la película.


Empecé a preguntarme si no seremos como el viejo de la novela.
Si no estaremos pescando con todos nuestros esfuerzos un pez demasiado grande para una barquita tan pequeña como la nuestra.


Puede que, al igual que el viejo, consigamos finalmente pescar el pez, pero el pez será tan grande que no podremos subirlo a nuestra barca y ponerlo a buen recaudo.
Tendremos que conformarnos con remolcarlo y arrastrarlo hasta tierra firme.


Y no tendremos el material necesario para espantar a los tiburones, y los tiburones acecharán, se acercarán sin ningún temor y empezarán a mordisquear la carne de nuestro pez recién pescado.


Imagínense al pobre viejo, asistiendo al espectáculo impotente. Viendo cómo los tiburones se llevan la carne que el pensaba vender en el mercado para poder ganarse la vida y salvar el invierno...


Es probable que cuando los tiburones de las productoras y las distribuidoras comiencen a atacar a nuestro pez, se lleven toda la carne y no nos dejen ninguna carne que vender. Puede que nos toque pasar frío este invierno, porque tenemos el poder de pescar un gran pez, pero no estamos capacitados para subirlo a bordo de nuestro barco.


Pero os recuerdo una cosa: Cuando el viejo llegó a la costa, sin fuerzas, al borde del desmayo, ya no quedaba carne que vender, pero la barca todavía remolcaba el enorme esqueleto del pez, y todo el mundo vio ese esqueleto y se dio cuenta de la proeza que había protagonizado el viejo.


A nosotros nos pasará lo mismo: Podrán quitarnos el material vendible, pero siempre quedará ahí el esqueleto para demostrar que “nosotros hicimos eso”. Y con eso nos basta. Las espinas del esqueleto no sirven para comérselas, pero con ellas podremos fabricar agujas de primera calidad que nos permitirán pescar otros peces.


Leí “El viejo y el mar” de un tirón, en unas pocas horas. Así pues, a la noche siguiente ya estaba en condiciones de empezar con “Cementerio para lunáticos” de Bradbury. Lógicamente, tras haber visto el presente en el libro de King, el futuro inmediato en el de Hemingway... a una parte de mí le dio por pensar que a lo mejor el libro de Bradbury describía el futuro que vendría detrás del inmediato.


No me disgustaría que así fuese, porque “Cementerio para lunáticos” habla de dos jóvenes promesas del mundo del cine que están empezando a abrirse camino y que son llamados a Hollywood para hacer una película de monstruos. Allí empiezan a codearse con las grandes figuras del cine.


Todavía sigo leyendo ese libro. No es lo mejor que recuerdo haber leído de mi adorado Bradbury, pero sigue siendo lo suficientemente magistral para ser del viejo Ray. En un principio, el libro me enganchó porque, a pesar de que encontraba el estilo literario menos cuidado que otras veces, la trama me parecía muy interesante.
A estas alturas de la lectura, me sucede al revés: La trama me parece un poco chapucera, pero el estilo y la prosa han mejorado tanto que le entra a uno tan bien como una clara de verano.


Y eso que no está demasiado bien traducido. La traducción es obra de una tal Laura Mahler, que debe de ser más extranjera que un esquimal, porque, para empezar, suele traducir el “My God” como “Mi Dios”, en vez de cómo “Dios mío”.


Pero es hora de dejar de hablar de libros para dar paso al segundo bloque publicitario: No se pierdan, mañana domingo, en el informativo de las 14:30 de la televisión autonómica la fabulosa noticia en la que los miembros de Gritos en el pasillo nos hablan del ambicioso proyecto que los tiene encadenados a la arcilla y la plastilina desde hace casi un año. Habrá posible repetición en el telediario de las 21:00 (obviamente, también en la autonómica). Los peninsulares que tengáis la televisión canaria en vuestra plataforma de satélite a lo mejor también podéis verlo).

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