domingo, 23 de diciembre de 2007

20: MOZART, DESTINO, ESTILO, EXCOMBATIENTES


Adoro a esa moneda. Aparece muy pocas veces en mi vida, pero su sabor metálico es el sabor del Destino. Me refiero a ese euro austriaco que tiene tatuada la cara de Mozart. Desde aquella racha que tuve hace tiempo en que me lo encontraba cada dos por tres en momentos clave, terminé asociando el significado simbólico de esa moneda a la banda sonora de nuestra película, Gritos en el pasillo.


Llevaba meses sin encontrarme al euro de Mozart. Casi me había olvidado de él. Y de pronto, un día de esta semana, el euro austriaco llegó a mi monedero, se limpió los pies en el felpudo que hay justo delante del bolsillo de las monedas y le dijo a mi mayordomo: He regresado.


Había regresado.


“Hoy va a llegarme una noticia relacionada con la banda sonora de la película”, pensé.


Unas cuantas horas más tarde, yo estaba en la cocina preparando un revuelto de huevos, queso y salchichas de pavo. Las rodajitas de salchicha hacían el amor con los taquitos de queso entre sábanas amarillentas de huevo batido. Y de repente... el teléfono móvil de Alby comenzó a sonar.


Alby lo cogió.


- ¿Diga?


La voz del otro lado de la línea comenzó a hablar:


- Hola, ¿eres Alby? Yo soy Arístides.


- ¿Arístides? – entonó Albynubio, desconcertado.


- Moreno – respondió la voz del otro lado de la línea.


- ¡Ah! ¡Moreno! – exclamó Alby, más desconcertado todavía.


Arístides Moreno empezó a descojonarse de risa. Lo primero que Enrique y yo pensamos es que se trataba de una broma. Pero no... Era real. Era el verdadero Arístides Moreno. Un par de meses atrás le habíamos hecho llegar una copia del guión de Gritos en el Pasillo, junto a un dossier, una copia de nuestro cortometraje del bardino y una carta bastante freak y confiansúa. Le preguntábamos en la carta si estaba interesado en hacernos una canción para la película.


Pasaron los días, pasaron las semanas... las semanas empezaron a coagularse en meses... y nos olvidamos del asunto. Y de repente, ese día, Arístides Moreno nos da señales de vida para decirnos que está muy liado, pero que quería que supiésemos que está muy interesado en participar en el proyecto, que ya tiene algunas cosas pensadas y en cuanto pueda intentará grabar una maquetilla y mandárnosla. Nos dijo también que no podía ver el corto del bardino, porque no se reproducía en su playstation. Esa parte hizo que Enrique y yo nos desternilláramos de risa.


Así que esa ha sido nuestra última incorporación al proyecto: Arístides Moreno. El gran Arístides. Nos dio sus números de teléfono y ya estamos en contacto con él. De momento no hay nada formalizado. Sólo buenas intenciones y parece ser que ilusión por ambas partes, pero tener a Arístides interesado en el proyecto es una poderosa arma de promoción en el ámbito canario.


Podríamos decir, en términos generales, que desde que hemos “acabado” con las manualidades y hemos empezado con el trabajo de pegaplanos y cuentacuentos están lloviendo las oportunidades de conseguir fama y prestigio para el proyecto. Lo de Arístides es un hecho notable, pero no es, ni mucho menos, un hecho aislado. Ya hemos salido en el programa de Mar Castañeyra (el de mayor audiencia en las teles locales de nuestra isla), y la próxima semana nos espera un maratón: la televisión autonómica, la Provincia, crónica 100, radio archipiélago... La gente empieza a oír hablar de la película más aún que antes. En las calles de Puerto uno casi puede percibir cómo flota la conciencia de que esos tres locos están haciendo una película... y la gente comienza a tomarse el proyecto en serio. Muy en serio...


Todo eso es bueno, porque significará más facilidad para conseguir financiación a nivel insular, nos pondrá en contacto con más gente dispuesta a ayudar (ya se han ofrecido a ayudarnos algunos de nuestros antiguos alumnos) y lo más importante para mí: Nos garantizará aún con más fuerza la permanencia en la sala. Si las cosas crecen al ritmo en que están creciendo, nadie tendrá valor ni interés en expulsarnos de esa sala.


Quiero rodar la película en ese taller. No sólo por lo traumático que sería tener que trasladar todo el material a otro lugar. Eso pesa muchísimo, pero hay algo más: La carga simbólica, emotiva, mágica en cierto sentido... que sigo apreciando en el hecho de que el edificio en el que estamos era anteriormente el Cine Marga... el cine en el que vimos nuestras primeras películas... El hecho de que la sala en la que estamos coincide concretamente con el lugar en el que estaba el proyector de dicho cine.


Sí... Esa sala huele a Destino... A Destino y a plastilina.


Las pruebas de cámara que estamos realizando con los decorados de la película están dando resultados realmente satisfactorios. Esas pruebas están ahí para decirnos que el rodaje va a ser muy puto y muy largo, pero que va a merecer la pena. Vamos a hacer algo grande con esto. Se trata de algo grande muy pequeñito y humilde. Pero algo grande al fin y al cabo... Algo grande porque nos estamos dejando en ello tiempo, sudor, años de vida, el poco dinero que encontramos en nuestros bolsillos, horas de sueño, neuronas, dioctrías... e incluso algo de sangre. Da igual si tiene éxito o no. Da igual si la gente lo comprende o lo abomina. Si conseguimos terminarlo... si llegamos a ese fin... si la peli llega a ese fin sana y salva, y nosotros también... entonces habremos hecho algo grande, habremos cerrado una etapa de nuestra vida y habremos comenzado otra, habremos llegado a la cima de la montaña y nos dará igual el paisaje que hallemos en lo alto. Nos parecerá endiabladamente cojonudo. Nos habremos demostrado muchas cosas a nosotros mismos, y habremos demostrado también un par de cosas al mundo, aunque el mundo grite tanto y vaya tan deprisa que no se dé cuenta de ello.


Da igual si la película alcanza el enorme éxito que pronostican algunos o si desemboca en el fracaso que acaso auguran otros entre líneas. Da igual si el resultado es un gris término medio entre los dos extremos. Para nosotros será un éxito, porque si conseguimos llevar esta empresa a buen fin, sabremos que seremos capaces de afrontar lo que se nos ponga por delante. Miraremos con indiferencia a los nuevos cineastillas que surjan pavoneándose, con esa indiferencia que percibimos en la mirada del excombatiente lisiado que mira a los presumidos guardas de seguridad de la puerta de la discoteca y podremos decir, al igual que el excombatiente: ”Aficionados...”


Y eso será tan sólo el peor de los casos. Dudo mucho que tengamos que llegar a eso. Este proyecto no puede fracasar. Hay demasiadas energías positivas de la gente que nos apoya, hay demasiadas señales del Destino, hay una inexplicable benevolencia en la forma de proceder del Cosmos; nos obsequia con problemillas diminutos, para poder permitirse el lujo de no jodernos con ningún problema de los gordos, hay demasiadas expectativas para ser defraudadas, hay demasiada gente que se ha quedado enganchada, o intrigada o maravillada al oír hablar del proyecto, o al leer el guión, o al ojear el dossier, o al ver las maquetas, o las fotografías... Y... ¡qué cojones! Sabemos lo que estamos haciendo, y eso es algo que no podrán decir muchos directores en este maldito país. Sabemos lo que hacemos, sabemos cómo lo estamos haciendo... y estamos siendo honestos y humildes con nosotros mismos. De alguna manera misteriosa, estamos encontrando nuestro propio lenguaje, nuestra propia estética... Tal vez el estilo, el verdadero estilo, no venga determinado por esas ideas e imágenes que tenemos en mente (esa ensalada de influencias e ídolos que se combinan para generar monstruos de frankenstein nunca vistos; un brazo de Burton, un pie de la Hammer, un tornillo de Lynch (el que le falta a Lynch), un ojo de Hitchcok, el otro de De Palma, un hombro de la Corman, las orejas de Poe...). Todo eso ayuda, por supuesto... todo eso es el sustrato... pero creo que lo que termina de cincelar el acabado final es la forma, totalmente personal y propia que tenemos los artistas de afrontar los obstáculos que se presentan en el camino. Sí... creo que esa es la guinda del pastel del estilo: Cuando la idea se enfrenta al mundo real, no puede adaptarse bien a él, y empieza a deformarse... los artistas se esfuerzan a toda prisa en moldear la ensalada que acaban de vomitar, para que se amolde mejor a los páramos del mundo tangible... y el resultado es el ESTILO con letras mayúsculas en times new roman doce.


Creo que eso nos está sucediendo en Gritos en el Pasillo. Da igual que hayamos crecido y/o madurado con Burton, Hitchcock, Lovecraft o Poe. El mundo real va erosionando poco a poco nuestros corsés platónicos. Va echándole un poco de sal a la ensalada... y entonces uno se detiene, mira hacia atrás y se da cuenta de que en algún lugar del proceso uno ha dejado de hablar con la voz de sus ídolos y ha empezado a hablar con su propia voz. Porque uno se encuentra con esos problemas imprevistos, con las despiadadas aristas de la praxis... y piensa, ¿qué harían Burton, Spielberg y Poe en una situación como esta? Y es entonces cuando uno, casi inconscientemente, responde: “no tengo ni puta idea”. Y es entonces cuando no queda más remedio que acudir a la propia voz, las propias ideas, las propias ilusiones...


Y si eso sucede cuando uno pinta o escribe, imaginaros el resultado en un largometraje, en el que siempre, por cojones, tiene que trabajar más de una persona.


Pero bueno... que los admiradores de Burton, Poe o la Hammer no se alarmen. Creo que estamos haciendo nuestra la historia, pero todavía queda mucho de Burton, Poe o la Hammer en nuestra peli. Las ventanas rezuman gabinete del doctor Caligari, los cementerios acogerían con una sonrisa a Christopher Lee o Peter Cushing, los árboles lindan con Sleepy Hollow por un lado y con Miyazaki por el otro. Y juraría haber divisado la silueta de Vincent Price a través de la cerradura de una puerta...

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