domingo, 23 de diciembre de 2007

37: MEMORIA DE ELEFANTE

Siempre me han gustado los animales. Pero cuando era niño, no se trataba simplemente de gusto. Era pasión.


Recuerdo una de mis visitas al zoo, cuando era pequeño. Me dejaron unos cacahuetes para que le diese de comer a un elefante.


Cuando aquella enorme mole reparó en mí y en la comida que le ofrecía, se acercó con unos andares pesados, majestuosos...


Yo no me podría creer que un animal tan grande estuviese reparando en la existencia de un niño tan pequeño.


Mientras cogía los cacahuetes con su trompa, el elefante me miraba con unos ojillos muy amables, casi humanos... o más que humanos. ¡Y os juro que aquél titán me sonreía!


Para el niño que era yo en aquel entonces, que un elefante le sonriese era tan importante como si hoy día me dedicase esa sonrisa Christina Ricci.


Cuando ese mismo día mis padres me dijeron que los elefantes eran famosos por tener una memoria prodigiosa, mi pequeño cerebrito empezó a fantasear con la posibilidad de que aquel bicho me retuviese en su cabeza, y pudiese reconocerme cuando, años después, yo pudiese regresar a aquel zoológico.


Hoy he sido yo el que, de repente, se ha acordado de aquel elefantazo. Y no he podido evitar imaginarme volviendo a ese zoo, yendo hacia el recinto de los elefantes, y encontrándome de nuevo con aquel viejo amigo.


El elefante se acordaría de mí, me reconocería, y le diría a sus colegas:


“¡Mirad! ¡Es el de los cacahuetes!”

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