Me mudé al centro de la ciudad en marzo de este mes. Por aquel entonces todavía estaba sujeto a unos horarios. Tenía que montar la peli con mi querido Guillo, y para ello tenía que ajustarme a su jornada laboral. Eso significaba pasar todo el día en un búnquer, rodeado de máquinas que zumban, parpadean y te ordeñan la energía vital, profetizando Matrix.
En defensa propia, decidí compensar eso prescindiendo un poco del metro a la hora de ir al trabajo y regresar de él. Me levantaba un poco antes y hacía la mitad del trayecto caminando. De esa manera me ahorraba la mitad de las paradas. Más adelante, terminé haciéndome el trayecto entero a pie.
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